A Artur do Cruzeiro Seixas.
Desde tu sombra de los años, soles y lunas,
cuerpos en metamorfosis cíclicos momentos que nos embadurnan como la miel
pasajera del objeto amado, han pasado
sin pasar siquiera un día. Es la vida de los muertos que nunca mueren. La vida
del hombre eterno.
Y hoy
que me veo al espejo y veo tu reflejo en el agua crepuscular de los años que
nos separan. Ese reflejo que tu luz provoca la sombra de mi alma me pone a pintar
nuevamente el objeto amado; la esfera de mi pensamiento, el diamante bipolar
que en mi noche acrecienta la yerba funesta y la ceniza del espíritu que se
supera.
Así, tu reflejo
en mi, la sombra de tu luz, la luz de tu sombra arrasan el tiempo, y
como un puente que hemos construido tú y yo con el nombre surrealismo, veo
desde aquí la señal, la última pisada en el barro que diste antes de caer donde
caen los que nunca mueren.
Semejante puente no tiene principio ni fin,
solo un presente señalando con furia la condición humana que nos toca.
Como Cruzeiro el divino ángel que desconoce épocas,
sus cuerpos metamorfoseados, diciendo; un nunca moriré, diciendo; ahora es
siempre.
En la cima de la rebeldía de los más bellos, el
cuerpo que voltea, que tuerce, que invierte y anuda en su propio cosmos, es el
cuerpo que él mismo tiene, es el pensamiento que el mismo tiene que encarnar
como quien a despecho hace del verbo lo que realmente es. Y en su verbo el amor
al hombre tiene la forma del éxtasis celeste de los dioses de su olimpo, tiene
la forma del pene azul endiablado del fondo
de los mares, en que se mece y sonríe de euforia porque el cielo y los astros
son también al fin de él.
Verónica
Cabanillas.
9 de enero
del 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario