Derrame llega a mí, atravesando caminos
sinuosos en la historia y en la anécdota maravillosa de ser eternos.
Y esas páginas eternas duermen suspendidas
sobre la llaga del mundo y sobre la mía personal, alguna de ellas cuya ostra
dorada imantada desprende su luz abrasadora en el agua ignota del poema.
Este que hoy escribo.
Estos que siempre escribiré para ver el
amanecer frente a mí; latiendo gestualmente en sus colores que penetran en mi
piel.
La piel del poema.
La piel de este libro en mis manos, donde su sabiduría
nos dice que ella deberá ser el porvenir del mundo.
La surrealidad aplicada y aplicándose como
deber imperecedero en la lucha para llegar a
la libertad integral, porque solo así el ser humano se supera, tras esa
puerta sólo entran algunos, y esos algunos que sean todos, para al fin
volcarnos en el lodo espacial de las estrellas de nuestro mas íntimo misterio,
y hacer de ello el puente que nos conduzca entre las letras de Derrame.
Como danzando entre artilugios, veo diluirse
todas las fronteras dentro, entre página y página, como arena se deshace sobre mis
pies, y mi mano alcanza a tocar el centro de Derrame, donde renace y se alza
para encender la mente que juega y ríe porque todos somos poesía.
Con estas consignas del supremo Dios
surrealista, que es saber que estamos vivos, el vértigo y el peligro de ese
excitante viaje através de las montañas de lo que aparece frente a uno
inesperadamente porque viajamos en sus páginas y en la vida descubriendo,
redescubriendo lo que otros ya dictaminaron como inamovible y conocido.
Nos lanzamos a lo desconocido, porque allí nos
identificamos con nuestro enigma, sin moral que dictamine, sólo lo bello de sus
páginas danzantes de imágenes superpobladas de imaginación fecunda y arbitraria.
El
homenaje al surrealismo es el homenaje a nosotros mismos, porque en el presente
incitamos con furia al despertar de la conciencia poética y creadora que todos
llevamos con nosotros. La incitamos en oposición a lo que comúnmente incita la sistematización
espeluznante, que no deja ver lo maravilloso que nos rodea, por que ese no es
negocio para los carniceros que matan el mundo.
El homenaje a Cruzeiro Seixas es el signo de la
volcadura que el mundo de hoy vive, del despertar de ciertas conciencias, que
me permito conocer y me lo permiten con los brazos abiertos desde la otra
orilla del mar o al sur nuestro.
Cierro el libro Derrame para soñar que no es un
libro sino nuestro destino. Y me cierro a la idea que causa en mí mayor
conmoción, la idea de que el surrealismo volverá y vuelva a enseñarlos el
camino de regreso que un día perdimos el rastro hacia nuestro propio ser, el
que no tiene nombre ni título ni número ni ruta conocida, mas que los caminos a
donde conduce la experiencia pura y ardiente del conocimiento de nuestra
subjetividad. Vuelve y lo veo, y tomo con mi mano como un pájaro ardiente y
mental ese despertar que en mí causó, levantarme con sus consignas frente al destino
impuesto, frente la circunstancia, frente a la realidad, frente a la locura.
Levanto su luz, que proviene de las cavernas
lumínicas de todos los que me
precedieron como surrealistas, de la poesía que esta en todos lados. Tomo
y levanto. Tomo y respiro su caudal
imperecedero, sus aguas diáfanas, su esplendor, su amor al mundo.
Nos toca crear el camino que nos conduzca sin
fin a la revolución de nuestro propio cosmos, para sanar el mundo de la herida
que proporciona cuando se está lejos, perdidos, constreñidos de tanto olvido de
no escuchar nuestra música, propia y disonante, en que se sumergen los ecos sulfúricos
de nuestro magma, de nuestro aire, de nuestro cuerpo, de nuestra camino
interno.
Derrame habla y yo hablo a través de él, el
aliento lo escucho y su sangre; la tinta que sella y perfora mis sueños y
delirios, es la misma tinta de éste
escrito.
Verónica Cabanillas.
14 de marzo del 2013.
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